El ser humano, actor, es un arpa de mil cuerdas, ha dicho Federico Herrero, solo que para conocerla, hace falta comprender cada una de sus cuerdas y todas las partes de la estructura del arpa. A veces puede no sonar bien y no es a causa de sus cuerdas sino de la forma como es tocada. Tengamos presente que la conducta se ve impelida por los impulsos y reacciones interiores, por los condicionamientos del pasado y por las circunstancias externas, que nuestras relaciones emocionales con los demás personas son los sostenes de nuestros amores, esperanzas, penas, alegrías, triunfos o desastres.
De esta manera estaremos en condiciones de basar nuestro trabajo en la propia naturaleza del ser humano, unificado el mundo interior y el mundo exterior. Porque uno sin el otro pierde su sustancia y su razón de ser. Y es ahí donde se distorsiona el arte del actor, sosteniendo que cuando sube al escenario deja de ser quien es para ser quien sabe que extraña fantasía.
Al descubrir y permitir que nuestros mundos personales se reorganicen, descubrimos al principio un matadero: cuerpos medios muertos, genitales disociados del corazón, el corazón separado de la cabeza, cabezas disociadas del ser. Sin unidad interior con el sentido de continuidad estrictamente necesario para aferrarse a la identidad, a la idolatría corriente. Cuerpo, mente y espíritu desgarrados por contradicciones diferentes.
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